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jueves, 22 de marzo de 2012

SOFÍA (1941-1946) un cuento de Any Carmona


MENCIÓN DE HONOR EN CERTAMEN LITERARIO ANUAL DEL INSTITUTO CULTURAL LATINOAMERICANO /2012



 “ARBEIT MACHT FREI”, rezaba la leyenda del gran cartel sobre el portón de entrada de Auschwitz o “el trabajo te hace libre” en alemán. Infausta declaración para el campo de prisioneros más atroz de la Segunda Guerra Mundial.
La máquina traspasó la entrada y Helena permanecía abrazada a su hija. Aarón, su padre, se encontraba en el otro extremo del vagón del tren que los trasladara durante dos días, desde el campo de internamiento de Vernet d’Ariège, situado en los pre-Pirineos franceses, donde habían pasado los últimos ocho meses.
A los Dahan ya no les quedaban lágrimas. Esa tarde en París, en que oficiales de las SS irrumpieron en su casa de la Place des Vosges, cruzando el río Sena, solo habían podido preparar algunas valijas y tomado del cajón de la cómoda, algo de dinero. Estaban realmente preocupados por no haber podido avisar nada a su otra hija Anna y a su esposo Rolf, simplemente se los habían llevado, sin ninguna explicación.
- Mira lo que dice el cartel, es un campo de trabajo, si somos fuertes y colaboramos, no nos pasará nada. Seguro que Anna pronto hará algo y nos sacará de aquí.
- No Mamá, se sabe que esto es algo serio, se dicen muchas cosas y también que muchos no salen más de aquí.
- ¡Oh, por el Todopoderoso! ¡Tengo tanto hambre y sed…y frío! Sofía, mi pequeña, tú debes preocuparte por sobrevivir. Yo ya soy vieja y he vivido mucho, ya cumplí con mi misión en este mundo pero tú…tú tienes mucho por hacer!
Ni bien llegaron escucharon alaridos y perros que ladraban y golpes secos y caídas de cuerpos…No sabían qué pasaba. Los soldados comenzaron a separarlos. Los ancianos y enfermos por un lado, las mujeres por otro y los hombres a otro lado. Helena y Sofía lograron permanecer juntas pero vieron cómo se llevaban a Aaron y cómo un soldado lo empujaba hacia la fila de los hombres fuertes. Helena corrió a abrazarlo y se colgó de su cuello diciéndole al oído: - Nunca más nos veremos, amor, pero siempre estaremos juntos - Pronto los separaron y ella debió ponerse en la fila a esperar ser trasladada con el grupo de mujeres.
Luego de ser rapadas y desnudadas fueron obligadas a dejar sus ropas y pertenencias en un montón común y tuvieron que penetrar en las duchas para ser “desinfectadas”. Al cabo de una breve caída de agua apenas tibia, se las hizo salir al patio a buscar cualquier ropa y calzado que les pudiera servir.
Helena encontró una pollera negra demasiado amplia y una blusa blanca abotonada por delante. Se puso un tapado largo que fue su gran hallazgo, junto con unas botas de cuero que la cubrieron perfectamente del frío. Sofía la ayudaba a conseguir lo mejor, quedándose ella sin nada. Sólo encontró un vestido de lanilla gris muy liviano y unos zapatos abotinados sin cordones.
- Tendrás frío con eso…Mira…allá hay un sacón de lana…pronto, tómalo antes de que otra te lo saque – Le advirtió Helena. Y allá fue Sofía en búsqueda del sacón que la salvó de morir congelada.
- ¿Cómo estoy? A ver si conseguimos unas telas para cubrirnos la cabeza…Espera Madre…aquí hay unas chalinas que cubren muy bien nuestras “peladas”. ¡Oh, qué vergüenza, por qué nos habrán cortado así el pelo? ¿Qué quieren de nosotras? ¡Tengo mucho miedo!
Entraron en las barracas con las chalinas enrolladas como turbantes sobre sus cabezas, tomadas todas de la mano. Vieron que no contaban con camas o catres, solo literas de madera para dormir, sin colchones de ninguna especie. Al poco tiempo comprendieron que solo se trataba de sobrevivir, solo eso, no importaba nada más. Sin mantas ni almohadas, se acurrucaban como podían para darse calor unas a otras. Esperaron día tras día algún cambio que las ubicara en mejor situación. Habían perdido todo rastro de Aarón.
Sofía sabía cocinar y cuando le preguntaron si tenía algún oficio, dijo que la cocina era su trabajo desde niña, ya que su madre cosía y no podía ocuparse de esa tarea tan necesaria dentro del hogar. Fue asignada a la cocina.
El campo de concentración de Auschwitz, situado a unos sesenta kilómetros al oeste de Cracovia, Polonia, estaba ubicado en un paisaje de foresta y pantanos. La Gestapo escogió un antiguo cuartel de la monarquía austro-húngara para situar allí el primero de los campos, debido a la situación favorable de las vías de comunicación. El complejo estaba rodeado por dos alambradas de espino con corriente de alta tensión que cercaban la totalidad de la superficie. En el sector de mujeres habría unas diez mil personas con algunos niños que más tarde fueron también separados de sus madres.
La vida de Sofía se centró en hacer de comer para los soldados y oficiales nazis y para los prisioneros. Al ver que debían servir a los hombres todas las noches, esa horrible sopa grasienta color marrón, albergó la esperanza de poder ver a su padre. Pero no estaba asignada a su barraca. Tenía que hacer algo para hacer llegar más alimentos a su padre y su madre; ella comía de lo que raspaba al lavar las ollas de los alemanes. Se le ocurrió sobornar a un soldado…pero qué podía ofrecerle…Se miró las piernas y los brazos…muy flacos…y…¿cómo se vería su cara? Antes solía ser linda…No se sentía segura de poder gustar…
Sumida en estos pensamientos, vio que un hombre la miraba. Era joven y bastante apuesto a pesar del desgarbado atuendo de prisionero. La miraba fijamente y no pudo desviar ella tampoco su mirada. Fue amor a primera vista, solo se miraron largamente ya que no podían hablar. Todas las noches al servir el caldo y entregar el trozo de pan, se encontraban para mirarse y acariciarse con sus miradas, en ese amor platónico que había surgido en medio de tanto horror.
Y el horror estaba dado por la simple razón de que Auschwitz estaba rodeado de cámaras de gas letal y hornos crematorios donde iban a morir continuamente miles de personas por día. Sólo la suerte hizo que se salvaran algunos de ellos a través del tiempo.
El cielo estaba gris, rojizo y gris… y parecía que el sol nunca brillaba. Las mujeres se debilitaban rápidamente, resistían menos los trabajos forzados y el hambre que los hombres. Poco a poco perecían por debilidad psicológica o por distintas enfermedades; muchas de ellas eran entregadas para diversos experimentos médicos por los que también enfermaban y morían.
Sofía logró saber el nombre de su amado. Se llamaba Max y era belga. La esperanza de ver su rostro cada noche, la mantenía viva. Una y otra vez se preguntaba cómo habían llegado allí, a esa situación, si nunca le habían hecho mal a nadie. La gran fe que tenía y la observancia ciega en los preceptos de su religión, eran su sostén y contención. Todas las noches se juntaban varias mujeres en un rincón de la barraca para orar en hebreo con la guía de su madre, Helena, que se había transformado en “rabina” de su grupo y que les prometía la pronta llegada al reino de Dios.
Un día vio pasar a su padre, iba en una larga fila de trabajadores que construían una ampliación del campo, llevaba pico y pala sobre el hombro y parecía muy agotado. No se animó a llamarlo ni a captar su atención, pero urdió un plan para acercarle comida cada vez que pasara por ahí. A través de un soldado del que se había hecho “amiga”, pudo acercarle una papa y un pan extra cada día, con el mensaje de que ella estaba en la cocina y que se encontraba bien.
Pasaban los meses y Helena veía caer en la debilidad más extrema a muchas de sus compañeras de barraca. Ella, que ya contaba con más de sesenta años, enfermó gravemente, a pesar de todos los bocados que Sofi lograba darle en secreto. Su piel se veía muy resquebrajada y casi no veía. Debió dejar el taller de costura. Durante una razia en el patio donde hacían desfilar desnudos a los prisioneros y los seleccionaban, al considerar que ya no servían para trabajar, fue obligada a salir junto con otras mujeres. Se la llevaron esa tarde. Se fue en silencio sin mirar a su hija que lloraba amargamente al verla partir, directo a las cámaras de gas.
Luego Sofi recibió la orden de traslado a otro campo donde sería asignada para el trabajo en una fábrica.
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Corrió por el campo unos veinticinco metros hasta encontrarse con Max, se abrazaron y besaron por primera vez, tiernamente y casi sin hablarse.
- ¿Cómo te llamas?
- Sofía Dahan…¿y tú?
- Max Broder…Viviré para ti…nos encontraremos y nos casaremos.
- Sí, quiero casarme contigo…Te amo.
- ¿A dónde?
- En París, nos veremos en París.
Se separaron y corrieron, al tiempo que el soldado cómplice apuraba a Max para que volviera a su lugar.
Sabiendo que era una huérfana, partió del campo de Auschwitz hacia el campo de Mauthausen en Austria. Allí fue destinada a una fábrica de municiones donde trabajaba todo el día, hasta quedar rendida. Se levantaba a las tres de la mañana y regresaba a las siete de la tarde. Era bien alimentada pues la creciente industria bélica nazi cuidaba a sus operarios debido a la necesidad de balas de alta precisión. Corría el año 1944.
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Sofía salió del Hotel Crillon frente a la Place de la Concorde, apurada y resuelta a revisar de nuevo las listas de refugiados de los campos de concentración para judíos, gitanos y demás seres desgraciados de toda Europa, que habían caído en manos de los SS nazis. No había tenido suerte en todos esos días. Tampoco en los hospitales ni en la embajada de Bélgica, el país de origen del hombre que buscaba. Pero él le había prometido encontrarla en París y no descansaría hasta tener alguna noticia de Max ahora que la guerra había terminado.
Necesitaba un lugar donde vivir. Estaba dispuesta a recuperar su casa confiscada por los nazis durante la guerra y a ese fin se encontraba realizando una serie de trámites como la única sobreviviente de su familia.
- Sofi, soy Anna. ¿Qué haces en el Registro de Propiedades de París? ¿Estás acaso tramitando, como yo, un título de propiedad de nuestra casa? Sofi…¿No me reconoces? – dijo Anna tocándole el hombro por detrás.



- Anna, ¿Eres tú?
- Sofía, ¡querida hermana! Sí soy yo… Sabía que te tenía que hallar…sabía que estabas en París y que sólo sería cuestión de días el encontrarnos.
Las hermanas se abrazaron cálidamente sin despegarse por unos largos minutos, sin poder creer el estar nuevamente reunidas.
- Estuve en la Resistencia Francesa todo este tiempo y fui yo quien hice que te envíen a esa fábrica…de no haberlo hecho hubieras muerto como nuestros padres. Por ellos no pude hacer nada…
- Anni, estoy muy enamorada de un hombre llamado Max, es belga pero no recuerdo su apellido…quedamos en reunirnos en París si toda esa locura terminaba. Se que está vivo y debo encontrarlo…¿Puedes ayudarme?
- Veré qué puedo hacer.

Cuando Max y Sofía se encontraron, lo primero que le preguntó ella fue si todavía la amaba y  pensaba casarse, a lo que él respondió:
- ¡Claro que sí querida, no para nada he recorrido casi toda Europa a pie!
- ¡Oh, Max, por favor nunca me dejes! – contestó Sofía mientras lo besaba apasionadamente.



FIN





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