El Palacio de Aguas Corrientes (llamado oficialmente Gran
Depósito Ingeniero Guillermo Villanueva) es un edificio emblemático de la
ciudad de Buenos Aires, Argentina. Fue construido para alojar los tanques de
suministro de agua corriente de la creciente ciudad a fines del siglo XIX,
envueltos en una arquitectura suntuosa de materiales importados. Se encuentra
en la Avenida Córdoba
nº 1950, barrio de Balvanera y es un Monumento Histórico Nacional.
En la segunda mitad del siglo XIX, la ciudad de Buenos Aires
comenzó a crecer rápidamente, recibiendo sucesivas oleadas migratorias y
consolidándose como puerto. El progresivo aumento de la población trajo con él
los problemas del hacinamiento y la falta de preparación de los servicios
públicos para abastecer a una cantidad cada vez mayor de personas.
Las epidemias comenzaron a abundar: en 1867 el cólera mató a
1500 personas, en 1869 la tifoidea mató a 500, y en 1871 aconteció la histórica
epidemia de fiebre amarilla que se llevó a 14000 de las 178000 personas que vivían
en Buenos Aires.
Ante los signos alarmantes del deficiente sistema de agua
potable, las autoridades del recién unificado país tomaron la decisión de
proveer a la capital de una red de agua corriente de avanzada, aprovechando una
época de abundancia económica y de prosperidad. Siguiendo los planes del
ingeniero civil inglés John Bateman de 1886, el gobierno nacional decidió que
el depósito de aguas se instalaría en la zona norte de la ciudad, y se
proveería a la misma de caños subterráneos, con la voluntad de que el edificio
del depósito fuera un edificio fastuoso, cuyo presupuesto alcanzó los 5.531.000
de pesos fuertes.
La compañía Bateman, Parsons & Bateman estuvo a
cargo del proyecto, y al poco tiempo se decidió privatizar las obras de
salubridad debido a la falta de fondos del Estado.2 La compañía Samuel B. Hale
y Co. se hizo cargo de los trabajos, adjudicando los trabajos de fachada
exterior a Juan B. Médici, que fueron dirigidos por el ingeniero sueco Carlos
Nystönner y el arquitecto noruego Olof Boye (empleados de Bateman, Parsons
& Bateman). Las obras comenzaron en 1887, emplearon a 400 obreros y
finalizaron en 1894,1 siendo inaugurado el edificio por el presidente Luis
Sáenz Peña.
Sucesivamente, el depósito fue operado por Obras Sanitarias
de la Nación
(que ubicó allí sus oficinas hacia 1930), Aguas Argentinas y Agua y
Saneamientos Argentinos (actualmente). En 1989, mediante el decreto 325, el
Palacio de Aguas Corrientes se transformó en Monumento Histórico Nacional.
El edificio es uno de los más exuberantes de Buenos Aires, y
una muestra de la arquitectura ecléctica que encantaba a las clases altas que
gobernaron la Argentina
hasta 1916. El estilo puede encuadrarse dentro del impuesto en el Segundo
Imperio Francés, y se destacan las piezas de cerámica policromada y los
abundantes ornamentos en la fachada.
En sus tres niveles, contiene 12 tanques de agua (provistos
por la firma belga Marcinelle et Coulliet según licitación de diciembre de
18862 ) con capacidad total de 72 millones de litros de agua, con un peso
calculado de 135000 toneladas. Estos son sostenidos por una estructura portante
de vigas, columnas y cabriadas metálicas. Las paredes son de hasta 1,80 metro de espesor, y
sostienen a las 180 columnas, distanciadas seis metros entre sí. Se levantaron
con ladrillos cocinados en un establecimiento que se instaló en la localidad de
San Isidro. En el centro del palacio, un patio interno provee de luz y aire a
los ambientes.
Sin embargo, es la fachada lo más conocido y admirado del
Palacio de Aguas Corrientes. Su revestimiento fue realizado en 130 mil
ladrillos esmaltados y 300 000 piezas de cerámica importados de Bélgica1 e
Inglaterra y numerados para facilitar su colocación. Las piezas de mármol que
pretendían cubrir la fachada en el proyecto original fueron reemplazadas por
piezas de terracota elaboradas en las fábricas Royal Doulton & Co., de
Londres, y Burmantofts Company, de Leeds. Los techos fueron realizados en
pizarra verde traída de Francia.
La idea de transformar un depósito de tanques de agua en un
palacio ha recibido numerosas críticas, en general en relación con la falta de
necesidad de dotar a una instalación de este tipo de semejante lujo,
considerándolo una exageración y un derroche. Sin embargo, era usual en esos tiempos
que edificios de funciones utilitarias, como depósitos o terminales
ferroviarias, fueran envueltas en exteriores de aspecto palaciego.
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