El atributo “independiente” aplicado al arte se utilizó por primera vez en el siglo XIX para designar a un grupo de pintores franceses que, no pudiendo exponer en el Salón de París por sus divergencias estéticas con la Academia, organizó en 1863 el primer “Salón de los Rechazados”, una feria alternativa abierto a todas las tendencias. Más tarde, crearon la Sociedad de Artistas Independientes para tomar a su cargo el certamen, que poco a poco se fue institucionalizando y terminó por rechazar los movimientos vanguardistas que vinieron después, primero el impresionismo y luego los demás.
En el siglo XX, el término se
extendió a todas las manifestaciones artísticas, aplicándose también a ciertas
formas del comportamiento humano, como el vestir, el tipo de trabajo o la
manera de pensar, hasta el punto de acuñar una nueva expresión, “el movimiento
indie” (independiente, autónomo, diferente), relacionado con el “hágalo usted
mismo”, una forma nueva de entender la vida, fuera de las corrientes
tradicionales que sustentan la cultura de los pueblos.
Dentro de esta corriente, se
incluye la literatura independiente a la que se adhieren aquellos escritores
que, cansados de no encontrar un cauce para su reconocimiento ─es cierto que
algunos, no muchos, no pasaron por ese trance─, se han hecho cargo de todo el
proceso para llegar directamente al cliente final, el lector que va a comprar
su libro. Además de la producción literaria, el autor ha tenido que asumir la
labor comercial, prescindiendo de los canales clásicos (editoriales, agentes
literarios y distribuidores), que no son capaces de dar una respuesta a sus
peticiones, mostrando así su desencanto.
Es verdad que también la prensa
tiene su responsabilidad en este fenómeno. Sólo los autores “comerciales”
merecen la atención de los medios. El crítico literario no tiene tiempo para
dedicarlo a descubrir talentos, se limita a vehicular lo que recibe de la
industria editorial, elabora una reseña sólo con el resumen o la propaganda que
acompaña al libro. Merece la pena leer lo que opina Vargas Llosa sobre el tema
en una mañana de confesiones literarias:
“La crítica literaria tiene ahora
más responsabilidades en un mundo con sobreinformación y sobreoferta de libros.
Y es responsable de la marginalización que vive al haber perdido el
protagonismo que tenía y debería recuperar. No tenemos críticos de gran responsabilidad
tampoco en otras áreas. Parecen limitarse a reseñas, casi como publicidad, la
han trivializado y han olvidado la función de dar los elementos para que la
gente aprecie lo bueno o menos bueno de cada libro, y algo muy importante es
que deben tener claro el lugar que esa obra ocupa en su contexto y contárselo a
los lectores. Sobre todo en estos tiempos donde Internet tiende a dar el mismo
valor a todo…”.
Estos escritores independientes
─¿no sería mejor llamarlos “escritores no comerciales”?─ se han convertido así
en sujetos que se sitúan en los márgenes de la industria cultural, obligados a
fundar una mini-empresa para administrar el negocio, no por voluntad propia,
sino por pura necesidad. A la mayoría de ellos, les repele el nuevo oficio, la actividad
mercantil es prosaica, en la antípoda de la misión poética que el destino les
ha deparado. Además ─alegan algunos─, el tiempo que van a perder en tal
menester sería mucho más provechoso si lo emplearan en la creación literaria y
dejaran ese trabajo en manos de profesionales expertos. Y tienen razón.
El problema es que la situación
ha cambiado. Los editores no quieren arriesgar con escritores desconocidos y
los agentes literarios están saturados con el club selecto de los consagrados,
un círculo cerrado al que es difícil acceder. Sólo lo consiguen aquellos
autores perspicaces que saben interpretar lo que el vulgo prefiere, sin que la
calidad literaria premie, basta con que entretenga. A él se reduce el negocio
de la industria editorial, con él obtiene sus mejores beneficios, olvidando su
vocación primigenia de descubrir nuevas talentos, con la excusa de una crisis
económica que esconde otras razones más en línea con la ineficiencia y la falta
de profesionalidad.
Se ha creado así un vacío que ha
sido ocupado por una nueva especie de empresarios avispados que, con algunos
conocimientos informáticos y buena dosis de osadía, han aparecido en el
escenario literario para ofrecer un servicio de asesoría e intermediación en
todo el proceso de comercialización del libro: la publicación, la distribución
y la promoción. Generalmente, no tienen recursos económicos y, por eso, no
asumen riesgos. La financiación del proyecto es por cuenta del autor que se
compromete además a conceder la exclusiva para unos cuantos años, a cambio de
una mísera remuneración. Si al menos, así terminaran las miserias…
Resulta que luego, como
consecuencia de un contrato leonino, abundante en cláusulas redactadas con
mucha floritura, llenas de promesas, pero huecas de obligación, el escritor
comprueba que nadie se preocupa de la promoción del libro y que, si algo se
hace, es por su cuenta y con pago anticipado. Pronto llega la desilusión
primero y, más tarde, el enfado, al tener él que asumir esa ingrata tarea,
restando tiempo a su misión trascendente: escribir.
¿Qué tiene que hacer entonces el
escritor comprometido que no encuentra el cauce para dar salida a su capacidad
creativa? La única alternativa es buscarse la vida. Por fortuna, las nuevas
tecnologías lo facilitan. Existen hoy portales digitales ─Amazon es uno de
ellos, pero no el único─ que permiten publicar libros a un precio razonable,
incluso sin desembolsar un euro. Hay autores que, en poco tiempo, han obtenido
éxito hasta el punto de entrar en la lista de “los 100 más vendidos”, con
cientos de comentarios positivos en la red, una información precisa de las
ventas y el abono puntual de sus ingresos. Algunos se han atrevido a contar su
experiencia en la red.
Varios de esos autores que
llegaron a saborear el éxito tras publicar sus novelas en Amazon, fueron luego
“tentados” por editoriales de renombre con señuelos de fama y de dinero. Se
dejaron engañar, entre otras cosas, porque les prometían hacerse cargo de la
promoción de su obra, un cometido que la mayoría de los escritores elude.
¡Craso error! Se lamentaba así uno de ellos: “Desde que tengo editoriales que
me “respaldan”, he trabajado en promoción como nunca, escribo menos que nunca,
debo más dinero que nunca, gasto más que nunca y cobro menos que nunca”. No es
un caso aislado, hay numerosos casos similares.
Los datos sobre su importancia
varían según los países. Por un lado, la Federación de Gremios de Editores dice que la
autoedición en España no supera el 10%, sobre un total de 70.000 libros
publicados y que la cifra lleva siendo estable durante los últimos años. Por el
otro, el número de libros autoeditados en Estados Unidos alcanzó los 235.000
títulos, un 43% del total. Pero todo es cuestión de tiempo: la conjunción entre
Internet, la edición digital y la impresión bajo demanda harán el trabajo, un
fenómeno que ya se puso de manifiesto en la pasada Feria del Libro de
Frankfurt.
De hecho, la autoedición domina
la venta de libros de Amazon. Y no hay que extrañarse. El editor tradicional
gana dos veces más que el autor por la venta de un libro electrónico, a pesar
de que el coste de producirlo es casi nulo, ya que no requiere impresión,
almacenamiento ni transporte. Como resultado, los autores que autoeditan están
ganando un 50% más de beneficio que sus homólogos en papel, a pesar de que la
cifra de ventas es la mitad. Y todo eso, sin necesidad de arriesgar capital
alguno, o muy poco, tan sólo lo justo para publicitarlos en la red.
Pero no todo son parabienes. La
tienda online de Amazon es un bazar en el que se venden infinidad de artículos.
La navegación es complicada, incluso para los iniciados, y no permite
introducir títulos nuevos, de no ser “vendedor profesional”, en cuyo caso hay
que pagar una cuota fija 30 euros al mes y se reduce la variable. Si uno
aprende a moverse por su interior y consigue publicar, ha entrado en el
purgatorio. El paso siguiente es salir de él cuanto antes, para lo cual es
preciso adquirir visibilidad y darse a conocer. Algunos lo han conseguido sin
gastar mucho dinero, incluso con obras de escaso mérito.
Fuente: http://serescritor.com/escritores-independientes
Muy buena nota... cuando leo que Neruda tuvo unos diez o doce criticos de su obra , digo qué afortunado fue el gran Poeta
ResponderEliminarahora es difícil encontrar esa función crítica exquisita que desarrollaron varios destacadisimmos intérpretes de su lírica
Ahora mundo cruel para la tantisima muy buen literatura hispanoamericana de momento, hay autores sobresalientes que quedarán apagados sin que no se descubran sus letras a tiempo .
Querida Marisa Aragón Willner, aunque no firmaste, conozco tu pseudónimo "Luna de Cristal"; agradezco tus apreciaciones y pienso igual que vos. Querida amiga, creo que los buenos poetas y escritores en general, no deben bajar los brazos. Hay que seguir sin desmayar, porque es la misión de una vida!... Besos... Any
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